viernes, 27 de marzo de 2009

Cuando Nietzsche se convirtió en Bruto

En mi lectura del Julio César de Shakespeare encontré una similitud inquietante sobre la figura de Marco Bruto. Al concluir el libro, me vino a la mente la figura de Nietzsche, y es que, al igual que Bruto, ambos tenían rasgos similares.

Bruto, con una personalidad inquietante, siempre luchando consigo mismo, decidió actuar movido por un ideal, el de ver a su pueblo gobernado por alguien con más temple que Julio César. Nietzsche por su parte, tuvo que vivir su vida enfrentándose a sus fantasmas, era una persona idealista que también creía en un futuro mejor para su pueblo, y para ello era necesario acabar con todos los convencionalismos que habían enquistado toda la cultura occidental.

En el momento que Nietzsche afirmó en De la Gaya ciencia y en Así habló Zaratustra, que Dios había muerto, destruyó todos los cismas que hacían, al ser humano, esclavo de las ideas de la tradición. Para Nietzsche era necesaria esa destrucción para comenzar a andar de nuevo sin prejuicios y sin ataduras. Justo en el momento de esa proclamación, Nietzsche se convirtió, sin quererlo, en Marco Bruto ya que al igual que el soldado romano que clavó una espada a Julio César, Nietzsche hizo lo propio con la filosofía.

Tanto uno como otro pusieron en tela de juicio el orden establecido movidos por un sentimiento patriótico que era, ni más ni menos, el de salvar al pueblo. Bruto amaba a César pero le mata porque teme lo que puede llegar a hacer. Nietzsche ama la filosofía pero la aniquila porque nace de unos supuestos que provocan la desvalorización de los valores supremos.

Para Bruto, la armonía del pueblo romano venía de la mano de un César justo, sabio y racional. Nietzsche proclamaba un superhombre, un ser que no fuese esclavo de sus deseos como ideal de ser humano.

Shakespeare en boca de Bruto dice “amables amigos, matémosle con valentía, pero sin cólera: trinchémosle como plato bueno para los dioses, no lo descuarticemos como carcasa buena para los perros: y que nuestros corazones, como hacen los amos listos, animen a sus criados a una acción de cólera y luego parezcan reñirles. Esto hará a nuestro designio necesario y no rencoroso, y apareciendo así ante los ojos del vulgo, se nos llamará purificadores, no asesinos”. Así actuó Bruto ante los ojos muertos de Julio César, del mismo modo actuó Nietzsche que desarticuló minuciosamente toda la filosofía que componía la historia hasta su tiempo.

Pero al final, Bruto pasó de libertador a asesino del pueblo y la visión filosófica de Nietzsche fue y es a día de hoy, malinterpretada y sacada de contexto por decenas de Marco Antonios.

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